Enrique Calvet Chambon
Afirmamos que las próximas elecciones regionales en la Cataluña ibérica van a medir aspectos y temas de mucha mayor importancia y calado que saber quién va a aprovecharse 'del 3 por ciento' -¿o ya es el 5 por ciento?- en el próximo cuatrienio. Más allá de eso, para los ciudadanos españoles y europeos, esas elecciones van a ser el termómetro de nuestra democracia enferma.
La foto fija de la actual España es aún buena en general y en muchos aspectos: nivel de prosperidad relativa en el planeta , 'entradilla' en el G-20, campeones del mundo... Lo que preocupa es la dinámica en la que está inserta y los cimientos para su futuro. España, con Bélgica y Chipre, son las únicas naciones de la Unión Europea cuyos cimientos son tan vulnerables y su dinámica tan negativa en aspectos claves (educación, cultura, valores básicos de convivencia, unidad de mercado...) que, sencillamente, se juegan el seguir existiendo o no. Y no es tema baladí. Al contrario, la mínima ética exige de los políticos, hombres de Estado o ciudadanos responsables, que dediquen tanto o más esfuerzos a cuidar las estructuras y la dinámica hacia el futuro, como a gestionar los asuntos corrientes. Y el ciudadano formado y responsable lo hace a través del voto. El ciudadano manipulado e irresponsable también.
Obligados a simplificar en el espacio breve, podríamos plantear, de manera opinable por supuesto, tres momentos claves de la dinámica evidente de desguace, de pérdida de sinergias y unión de esfuerzos, de rebaja del sentimiento de proyecto colectivo, de gran erosión de la solidaridad e igualdad entre ciudadanos en la que está inmersa España.
El primero se da en tiempo difuso, después de los primeros años de la Transición, y somos muchos los culpables. Es el tiempo de la gran lenidad de los Gobiernos, de la progresiva desaparición de grandes áreas del Estado de Derecho en determinadas zonas de España, de la cesión suicida de la educación a fuerzas disolventes y contrarias a la convivencia en igualdad de todos los españoles, es el tiempo en que las inevitables inconcreciones de la Constitución, basada en la lealtad de quienes tuvieran que aplicarla, son aprovechadas para prostituirla poco a poco, transformarla sin consultar a la ciudadanía toda (leyes de inmersión lingüística no denunciadas, por ejemplo), es el tiempo en que el honorable Pujol, trabajando con inteligencia, tenacidad y mucho disimulo para la futura secesión es adorado como gran hombre de Estado, es el tiempo en el que un partido vertebrador nacional, que entonces lo era, el PSOE, le cede el poder gratuitamente al PNV para arruinar la convivencia -el ministro Jauregui diría después que se sintió engañado y traicionado pese a la lucidez de algunos que avisábamos y... ¡sigue en política! Un error de ese calibre es, sencillamente, descalificante-. Parece que para muchos, resultaba más cómodo mirar para otro lado. Y para los politiqueros mucho más cómodo para su poltronofagia.
Existe un segundo momento mucho más localizable y de enormes consecuencias. Son los pactos del Majestic (pronto completados con denominación de un asesino grupo terrorista como 'Movimiento de liberación nacional' por el señor Aznar). En ese momento, y por mor de ocupar el poder, que no de ejercerlo (una vez más lo ejercieron en gran medida los separatistas), el otro gran partido que se consideraba vertebrador de España, el PP, se entregaba a la operación de desguace y se iba configurando como una confederación egoísta de partidos, a veces regionales, a veces caciquiles. Después vendría la delirante cesión de impuestos, de la Sanidad -¡ni en Suiza, oigan, se atreven a tal dislate!-, el cierre de las últimas escuelas públicas en castellano en la Cataluña hispana, los señores Feijóo y Camps, etc.
Y la traca final. El último y más poderoso impulso a la deriva suicida por la que se desliza España se produce con el jefe de Gobierno, Rodríguez Zapatero, y el honorable Montilla, el día en que el que fuera gran partido español de la izquierda, traicionando principios básicos, no ya de la izquierda, sino de la Ilustración, como la solidaridad, la igualdad, la protección del más débil, la convivencia, el antirracismo y otros, se alía con un partido que, declarada y abiertamente, tiene por objetivo desintegrar España (ERC) y propulsa un Estatuto Catalán inconstitucional y secesionista, llegando a verse un representante del Estado, autodenominado de izquierdas, encabezar una manifestación contra el Tribunal Constitucional, después de la antológica frase 'hiznajeña' de "sem una nación". Y la Axarquía también, digo yo...
Muchos efectos empiezan a ser cada vez más conocidos: pérdida y persecución de esa infinita riqueza que es el idioma común, empobrecimiento cultural y físico de esa espléndida región que es la Cataluña cispirenaica, pérdida de sentido patriótico con brotes cainitas en la convivencia, dinámicas tribales en la Administración y el uso de los impuestos de todos, empobrecimiento desigual de los servicios públicos y sociales, y más, mucho más.
Todo esto debería pesar mucho en las elecciones del 28. Más allá de la patética mascarada del PSC o del señor Montilla, de parecer más español que nadie, después de haber sido objetivamente quienes más han favorecido el separatismo en los dos últimos lustros, lo que ha de valorarse es a dónde se ha conducido a la Cataluña subpirenaica y a España con lo que se lleva haciendo desde años.
Por ello comentábamos al principio que estas elecciones medirán muchas cosas. Por ejemplo, los comicios valorarán el lavado de cerebro manipulador ejercido en las dos últimas generaciones de catalanes a través de la mal cedida educación. También valorarán la posibilidad de recuperar un sentimiento de pertenencia a un colectivo llamado España, indispensable para reducir el trauma del difícil periodo histórico que debemos afrontar en este momento. Se valorará, sin duda, la madurez de un electorado clave y la calidad real de nuestra democracia, más allá de apariencias procedimentales. Se valorará la posible recuperación del espíritu, ahora traicionado, de la Constitución que se dieron los españoles en el 78. Se valorará, sobre todo, si a España le queda alguna oportunidad de ser un colectivo de ciudadanos iguales en derechos y con un idioma común prevalente, vivan donde vivan, o si se configura como una confederación de taifas peleonas entre ellas.
Es curioso observar como en estas elecciones se presentan sólo dos partidos nacionales de los que tienen representación parlamentaria en varias cámaras: el PP y UPyD, los demás son partidos regionales. Todo un síntoma. Y más aún si consideramos que, de los dos, sólo uno ha demostrado decir lo mismo en cualquier rincón de España, como bien demuestra el parlamentario vasco de UPyD Gorka Maneiro en el parlamento vasco-español reclamando la desaparición del sistema foral de financiación. El PP ha demostrado de sobra decir 'a la carta' lo que le pidan sus ansias de poder en cada sitio y padecer el síndrome de Estocolmo 'catalanista' en el Principado. El siempre finísimo señor Pujol sabía muy bien la importancia de lo que hacía cuando pidió 'la cabeza' de don Alejo Vidal Quadras. Existe un primer dilema claro para el votante del domingo: o partido regional, todos más o menos filoseparatistas, de Laporta a Montilla, salvo Ciutadans, o Partido nacional. Después vendrá la segunda elección dentro de cada grupo.
Se anuncia, por otra parte, que el conocido y admirado 'seny' catalán, harto de tribalismos, traiciones, mangoneos y destructivismo, se manifestará a través de una macro-abstención. Será un consuelo, pero un pobre consuelo, porque es dejar la democracia hecha unos zorros y permitir la llegada a cuotas de poder, en la Cataluña citerior como en España, de iluminados oligarcas con más peligro que una caja de bombas. Y es que los ciudadanos catalanes merecen ser libres y adelantados como España necesita una Cataluña libre y avanzada. Empezando por ser libres de separatismos, más o menos intensos, de 'la ceba' o de los conversos, que sólo apelan a tribalismos trasnochados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario